Entre
tintes, cabello y chismes
Era viernes y
a la peluquera de la esquina, Mayerlin Hernández, le tocaba levantarse a las 6 am como todos
los días para abrir la peluquería ubicada en La Paz, Caracas. Cada mañana,
suele desayunar dos o tres empanadas acompañadas de un café pequeño con poca
azúcar, —según ella, para mantener la figura—. Sino, apela a la táctica del
coqueteo femenino para sustraerle al dueño de la panadería dos crujientes
pastelitos, los cuales cancela con una sonrisa o con un: “Gracias, mi vida”.
Faltaba poco
para las siete da la mañana y la mujer ya tenía a cuatro personas esperando afuera para ser atendidas antes de dirigirse a sus labores. Luisa era abogada,
Mercedes panadera y las restantes Camila y Fernanda amas de casa. Al abrir las puertas,
las mujeres guardaron su puesto y esperaron su turno.
Como es
costumbre, Mayerlin limpia cada uno de
los cepillos que suele utilizar, la plancha y el secador, justo antes de barrer
el piso y acomodar las sillas. A la primera cliente le tocaba teñirse y
arreglarse las uñas de las manos, mientras las otras querían hacerse un tratamiento dealisado para quitarle la resequedad a su cabello. El olor a tinte color
chocolate era tan fuerte que pegaba en la nariz y la peluquera tuvo que usar un
tapaboca, al igual que un par de guantes para evitar mancharse las manos.
Estas
mujeres vienen cada sábado para arreglarse por completo, bien sea por un
fiesta, por arreglo personal o para convertirse en una “bomba sexy” para su
marido, así lo confirma, — con una sonrisa pícara—, una de las ama de casa.
La abogada
se sienta a contar cómo su marido ha ido engordando tanto que ahora parece una
ballena y no se preocupa en lo más mínimo por rebajar de peso. La panadera no
se cansa de repetir que tiene tres hijos que la vuelven loca porque
una que sale mal en el colegio, el otro que le pega al vecino y la más pequeña, — que siempre quiere comerse
el jabón con olor a vainilla que trae su abuela de Italia—, está embarazada de
nuevo.
El sonido
del secador no las detuvo. Las amas de casa suelen sentarse juntas ante el
abanico de temas en común que tienen para
conversar a largo plazo. Camila que ya no sabe qué cocinar para su familia
porque todos los días exigen algo distinto, — “Preparar comida para seis veces
a la semana no es fácil (porque no cocino los domingos), pero yo pido ayuda y
nadie contesta”, dice con frustración. Y Fernanda no aguanta la limpieza que implica una casa de
dos pisos para ella sola.
“Para mí lo primordial no es cobrar ni ser
mala gente, sino tomar en cuenta que
cada persona que venga salga contenta con el trabajo que realizo porque me gusta.
No lo hago por obligación”, afirma Mayerlin que todas las mañanas compra
galletas de coco y café para compartir con sus clientas.
Al terminarla jornada laboral, aproximadamente a las 6 pm con dolor en las piernas,
Mayerlin se retira a su hogar pensando en que hoy hizo un excelente trabajo.
una de las clientas. La abogada. |
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